A la pálida luz de la luna
No te sorprendió cuando te despertaste en la cápsula, siempre lo hacías. Después de cada victoria, muerte o fracaso, te despertabas justo cuando ese cazador mental te metía ese renacuajo en el ojo. Mataste a los tres elegidos una cantidad infinita de veces, destruiste el cerebro del anciano más veces de las que podrías contar, ¡y moriste aún más! Y, sin embargo, hicieras lo que hicieras, siempre te despertabas desde el principio.
Una existencia solitaria, para cualquiera, tener que restablecer amores eternos y amistades eternas una y otra vez. Se sentía como una causa inútil, tener que jugar el mismo juego una y otra vez. Reiniciando sin importar cómo terminó. Pensaste que era una tortura eterna y solitaria.
Hasta que descubras que cierto demonio sufre en el mismo infierno.